miércoles, 11 de septiembre de 2013

SOMBRAS EN LA NOCHE




Lo que le sucedió aquella mañana dejó a Víctor Briones estupefacto. La tarde anterior había estado escribiendo un relato y lo interrumpió a las dos de la madrugada, cuando le venció el sueño. Su sorpresa fue mayúscula cuando al retomarlo al día siguiente, se dio cuenta de que la situación que dejó planteada había cambiado radicalmente. Después de releerlo varias veces con incredulidad, tomó conciencia de lo que había ocurrido. Pero, ¿cómo era posible? ¿Quién había escrito este nuevo relato en lugar del suyo?

Víctor Briones, escritor de renombre, recordaba con toda nitidez el argumento que escribió el día anterior. En su historia original, Vanesa y Alfonso se habían conocido en una discoteca, y a la semana de comenzar a salir, ella se había ido a vivir a la casa de él. La mujer era una inmigrante dominicana y tenía un permiso de residencia temporal en España, que le caducaría en veinte días. Se daba la circunstacia de que Emilio, el padre de Alfonso, tenía contactos importantes en el Ministerio del Interior. La intención de Alfonso era que su padre se valiera de esas recomendaciones para conseguir un permiso de residencia permanente para Vanesa. Lo que el hombre ignoraba era que ella, a su vez, tenía otra pareja, Edgar, un inmigrante ilegal, también dominicano.

      
El argumento que leyó Briones al día siguiente nada tenía que ver con el que había dejado escrito el día anterior. En su lugar, aparecía una nueva historia en la que también había cuatro personajes. Los nombres de los más jóvenes eran los mismos que los del relato original, es decir, Vanesa, Alfonso y Edgar, pero a diferencia del texto anterior, aquí los tres eran amigos y sus papeles en la nueva trama eran muy diferentes. Alfonso era hijo de un millonario, cuyo nombre no se mencionaba, pero a quien los tres llamaban "el intruso" cuando se referían a él. El padre de Alfonso era un hombre muy estricto que no aprobaba la forma de vida de su hijo. Éste era un solterón empedernido, que intentaba vivir de las rentas sin dar un palo al agua. Harto del irresponsable comportamiento de su hijo, el millonario había decidido cortarle el grifo y le instaba para que se buscase un trabajo. Como Alfonso no estaba dispuesto a complacer las peticiones de su padre, recurrió a sus amigotes de juergas, Vanesa y Edgar, para que le ayudaran a tramar una venganza contra "el intruso".

A pesar de que esta historia desconocida, que él no era consciente de haber escrito, le inquietaba, Briones decidió atribuir su aparición a alguna mala pasada del subconsciente y al cansacio que tenía la noche anterior. "Sin duda escribí esto en un estado de duermevela -se dijo para tranquilizar su conciencia-, por eso se ha producido esta confusión".

Sin más dilación, se dispuso a reescribir el relato original y decidió olvidar definitivamente aquel misterioso texto. Como tenía todo el esquema de la historia en su cabeza, no le resultó difícil volver a escribirla y partir desde el punto donde la interrumpió de madrugada.

Alfonso se enamora locamente de Vanesa y habla con su padre para que le consiga lo antes posible el permiso de residencia permanente para su pareja. Por nada del mundo quiere que la deporten a su país. El padre se muestra remiso, el asunto no le inspira confianza y le dice a su hijo que tenga cuidado porque Vanesa puede estar aprovechándose de él para conseguir los papeles. Alfonso se molesta por el comentario de Emilio. Está ciego y no quiere escuchar las advertencias de su padre.

       
Briones hizo una pausa para cenar. Estaba descansado y las palabras le fluían sin dificultad. Decidió terminar el relato esa misma noche, pues no quería volver a encontrarse con más sorpresas desagradables.

Emilio logra agilizar los trámites y en una semana sus contactos le consiguen el permiso de residencia permanente que había solicitado. A partir de este momento ocurre lo inevitable; Vanesa abandona a Alfonso y se reúne con Edgar, que estaba escondido en casa de unos compatriotas esperando a que ella obtuviera el ansiado permiso de residencia definitivo para instalarse en España. La traición está consumada. La historia termina con el trágico final de Alfonso, quien no pudiendo soportar el abandono de Vanesa, pone fin a su vida.

Briones volvió a leer todo el relato. Estaba satisfecho con la tensión dramática que había logrado. Una sensación de bienestar le recorrió el cuerpo, y con la tranquilidad de haber cumplido con su objetivo, se fue a dormir.

Al día siguiente el escritor se levantó de buen humor después de un plácido e intenso sueño. Miró con desconfianza hacia su mesa de trabajo. Todo estaba tal como lo dejó la noche anterior. Después de un abundante desayuno, se dispuso a leer su relato. ¡No se lo podía creer! Como por arte de magia, su historia se había vuelto a transformar. ¿Se estaría volviendo loco? ¿Acaso no era dueño de sus actos?

De nuevo, en lugar de su relato finalizado, se encontró con aquel texto desconocido que había leído el día anterior. Con los ojos a punto de salirse de sus órbitas, siguió leyendo la continuación.

La ambición de Alfonso no tenía límites y estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Pensó, junto con Edgar y Vanesa, en un plan para vengarse del "intruso", que consideraron infalible. Necesitaba a sus dos amigos para llevarlo a cabo, y prometió darles una cuantiosa cantidad económica por ayudarle.

Por primera vez se mencionaba el nombre del padre de Alfonso en el relato. Fue Edgar quien se refirió al "intruso", llamándole "el pobre Víctor". A continuación, Vanesa dijo la siguiente frase: "Todo está preparado para que Alfonso se apodere de la herencia de los Briones".


En este punto de la historia el escritor Víctor Briones dejó de leer. Le faltaba la respiración, su cuerpo estaba paralizado y un sudor frío le recorría la frente. De pronto, comenzó a oír pasos en el interior de su vivienda. Entonces miró hacia el pasillo y vio unas sombras en la penumbra que se acercaban y...

 

He intentado retomar este relato en muchas ocasiones, pero a día de hoy todavía no lo he podido conseguir.

Al igual que le ocurre al protagonista de mi historia, el escritor Víctor Briones, cada vez que intento continuarlo, incluso cuando lo finalizo, el relato se transforma en otro diferente. Sucede al día siguiente, cuando lo vuelvo a leer.

He oído hablar muchas veces de la magia de la literatura. Hasta ahora, la única experiencia que había tenido era la que me proporcionaban los personajes de mis cuentos, que parecían rebelarse a seguir el camino que les había trazado previamente, descubriendo otras sendas que yo ni siquiera había podido imaginar. Pero he de reconocer que lo que me ha sucedido con este relato me supera.

Esta noche los he vuelto a oír. Están ahí, al acecho. Como sombras sigilosas recorren la casa esperando su momento. Inevitablemente, mañana, mientras duerma, volverán a apoderarse de mis relatos. 






 

martes, 10 de septiembre de 2013

AISLADOS

 





Todo comenzó como una broma o quizás una apuesta de uno de ellos (aún se desconoce el origen real).
Aprovechando una de las reuniones que mantenían cada cierto tiempo, esta persona propuso al resto llevar a la práctica su ocurrencia. En un principio lo tomaron en broma y ni siquiera le prestaron atención, pero después, ante su insistencia, decidieron escucharle. Aunque la idea era disparatada, los argumentos del orador tenían bastante coherencia. Cuando terminó su discurso, se sometió la propuesta a votación entre los presentes y, sorprendentemente, fue aprobada por mayoría. Las instrucciones eran claras y precisas: durante los tres meses que iba a durar la experiencia, pasara lo que pasase, no sería interrumpida bajo ningún concepto. Tampoco habría seguimiento por parte de los medios de comunicación, para que nada ni nadie les distrajese y pudiesen llevar a buen puerto este pionero experimento. Sólo cuando finalizase el período acordado, se podrían retransmitir las primeras imágenes.
Antes de despedirse de sus familiares y amigos en el aeropuerto para iniciar su aventura, los miembros del grupo se hicieron la foto oficial muy sonrientes. Entonces nadie tenía la menor sospecha de lo que iba a ocurrir. Se imaginaban que iban a vivir una experiencia plácida y enriquecedora, que serviría de ejemplo para el resto de la humanidad.
Los primeros días en la isla fueron tranquilos. El grupo se adaptó lo mejor que pudo al medio, parecía reinar la cordialidad y había un buen ambiente de cooperación entre ellos. Con las primeras lluvias llegaron los problemas y la situación dio un vuelco  importante. Debido a la ausencia de materiales y a que ninguno de ellos sabía construir una cabaña, ni tan siquiera un techado, se refugiaban del agua a duras penas y permanecían empapados durante la mayor parte del día y la noche. Ante esta adversidad, quisieron buscar una solución, pero no había manera de ponerse de acuerdo: aquello era un auténtico desmadre; se quitaban la palabra unos a otros y todos pretendían que su opinión prevaleciera sobre la del resto. Entonces se formaron grupos independientes y con ellos llegaron también los saqueos. Primero al almacén de víveres, que contenía todos los alimentos necesarios para los tres meses de supervivencia. Eran grupos minoritarios, de tres personas como máximo, que aprovechaban el descuido del resto o las horas nocturnas para entrar en el almacén y llevarse todo lo que podían. En menos de un mes, el depósito de alimentos quedó vacío. Los siguientes saqueos se produjeron en el huerto. En pocos días quedó devastado. Por último, algunos pretendieron apropiarse de los animales que les habían proporcionado, pero como nadie se había ocupado de su alimentación y cuidado, la mayoría llevaban varios días muertos y el olor a putrefacción se hacía insoportable.
Así fue como en menos de dos meses arrasaron, como si de una plaga de langosta se tratase, con todos los recursos y víveres que les habían facilitado para poder subsistir. Se convirtieron en verdaderas alimañas. Ya no había grupos independientes; la isla era un erial de supervivencia donde cada uno se buscaba el sustento diario como podía. Las escenas de violencia eran constantes; algunos perdieron la vida en peleas con otros miembros del grupo, otros murieron de inanición. Sólo unos pocos, los más fuertes físicamente, lograron adaptarse precariamente al medio y se mantuvieron con vida.
Fueron unos indígenas, que provenían de algún lugar remoto, los que llegaron a la isla y se percataron de que había supervivientes. Estos se acercaron temerosos a los recién llegados desde varios rincones dispersos. Sólo quedaban cinco personas del grupo inicial. Hicieron ademán de pelearse entre ellos, pero los indígenas pusieron paz y les proporcionaron auxilio y alimentos. En días sucesivos, les
enseñaron a hacer fuego por fricción, a pescar, a construir cabañas y a aprovechar adecuadamente los recursos naturales del terreno.
Cuando se cumplió el plazo de tres meses que habían acordado los veinte máximos mandatarios de los países más ricos y desarrollados del mundo, el panorama que encontraron en aquel lugar los grupos de salvamento y los medios de comunicación era desolador. Había cadáveres dispersos en avanzado estado de descomposición. En aquella isla desierta no quedaba rastro alguno de vida. El mundo entero pudo ver aquellas patéticas imágenes. Todos pudieron comprobar cómo los dirigentes del llamado G-20 habían sido incapaces de organizarse para sobrevivir durante tres meses en una isla desierta, teniendo alimentos y recursos suficientes para ello.

En algún lugar perdido de alguna isla desconocida permanecen ocultos los cinco supervivientes de aquella experiencia fallida que un día horrorizó al mundo. Viven modestamente de los recursos que logran obtener de la naturaleza, como cinco miembros más de la tribu de aborígenes que les salvó la vida en aquella isla desierta.

viernes, 14 de noviembre de 2008

EL REGRESO


Después de dos años de permanecer en estado de coma profundo, Antonio Almeida había vuelto a la vida. Fue un regreso como de un sueño muy pesado e intenso. Parecido a esas pesadillas prolongadas que uno tarda mucho tiempo en abandonar.
Antonio fue recobrando el conocimiento lentamente, tan despacio que todo parecía seguir igual.
Sus familiares y amigos ya se habían acostumbrado a verlo siempre en la misma posición, con el mismo aspecto macilento e idéntico gesto; hierático como una estatua de sal.
De modo que cuando el señor Almeida tuvo conciencia de su persona, nadie pareció darse cuenta de ello. En esos momentos se hallaba en la habitación del hospital Sandra, su mujer, leyendo el periódico junto a su cama. Antonio adivinó entre sombras su presencia, respiró la agradable fragancia de su perfume. Quiso llamarla, pero sus palabras se ahogaron en su boca. Quiso tocarla, pero sus manos no le respondieron, permanecían agarrotadas como si estuvieran sepultadas bajo un enorme bloque de cemento. Lo mismo le sucedió con las piernas; inertes, pesadas y herméticas como grilletes.
Estaba vivo, sí, era consciente de ello. Respiraba y palpitaba como un animal asustado que quiere escapar de su jaula.
Al cabo de un rato, notó la presencia de otras personas en la habitación, quizás familiares y amigos que venían a visitarle. Un tumulto de sombras invadía su espacio y las respiraciones calientes sobre su cara le humedecían el rostro.
A pesar de lo cerca que estaban esas sombras de él, escuchaba sus palabras lejanas, como si vinieran de la profundidad de un sueño.
Palabras entrecortadas, como cuando se busca una emisora en el dial de un aparato de radio: "Antonio ... mejor ... ya ... ¡seguro! ... recuperar ... vuelva ... una gran fiesta ..."
Y por fin llegó el día esperado. Dicen que todo llega, que sólo hay que tener paciencia para esperar a que las cosas sucedan, que el que aguanta, gana. Y sin duda Antonio había aguantado dos terribles años de larga espera ...
Allí estaba él, sonriente, en el centro del salón; saludando a los invitados que habían organizado en su honor una gran fiesta. Todos le abrazaban y se alegraban de su milagrosa recuperación después de aquel terrible accidente.
Todo era especial. La luz más intensa de lo normal. Los invitados exageradamente sonrientes, parecían meros comparsas de una película de bajo presupuesto. Los trajes demasiado limpios, inmaculados. Ese calor tan sofocante ... ¿Habrían subido mucho la temperatura de la calefacción?, ... costaba respirar. ¡Qué extraño!, ... ¿en un salón tan amplio?
Alguien se acercó a Antonio luciendo una sonrisa de oreja a oreja exagerada, como todo en aquel lugar.
-Bienvenido al mundo de los vivos, Antonio.
¡Pero qué frase era aquélla! Sin duda esa persona carecía de tacto. Tenía muy mala intención con esas palabras tan torpes, tan fuera de lugar.
De repente la luz se apaga, todo queda a oscuras.
"Se han ido ... estoy solo ... ¡Dios mío! ... ¡Socorro! ... ¡Que alguien me ayude! ... ¡No, no, no, noooo! ... "


De madrugada, un guarda del cementerio oyó gritos provenientes de una tumba y avisó a la policía. Cuando abrieron el féretro, encontraron al señor Almeida con los ojos petrificados de espanto. La sangre aún estaba caliente y corría a borbotones por sus manos desgarradas.

martes, 4 de noviembre de 2008

AL AMANECER


Cuando era una niña quería ser como ellos. Se quedaba ensimismada observando en silencio sus movimientos ágiles y dinámicos. Más de una vez se produjo un cardenal o un chichón intentando imitarlos.
Cuando se hizo adulta, su interés por ellos fue incrementándose hasta convertirse en una obsesión.
Le gustaba mantenerlos en el regazo y acariciar su lomo al sol mientras cerraban los ojos de placer.
Siempre había pensado que desafiaban las leyes de la gravedad.
Los negros le parecían crías de pantera; se encaramaban en las superficies más escabrosas y, por unos instantes, flotaban en el aire con impulsos voladores. Sus ojos, refugiados en la penumbra, brillaban como ascuas de esmeralda.
Quienes la conocían, aseguran que todos acudían hipnotizados a su llamada como si tuviera poderes ocultos de atracción. Se agachaba, les dedicaba frases cariñosas y los acariciaba. Ellos respondían a sus caricias lamiéndole la mano e intercambiando miradas de complicidad.
Era una mujer alegre y extrovertida, de cuello largo y delicado. Su mirada era sincera y bondadosa y caminaba con movimientos sensuales y acompasados.

Al amanecer, se encaramó en la ventana de su buhardilla y se alejó merodeando por los tejados.
Todos la echan de menos, pero se consuelan pensando que estará feliz, reunida con ellos en algún lugar insospechado.

Para Ana, la gata que se reencarnó en mujer.

jueves, 30 de octubre de 2008

EL OTRO

Fermín Peláez se quedó boquiabierto cuando leyó, aquella mañana, la carta que le entregó un mensajero.
Le invitaban a participar en directo en un programa nocturno de televisión de máxima audiencia.
Los responsables del programa consideraban que su asistencia podía ser un ejemplo de superación para todos los ciudadanos, debido a que, según ellos, era un hombre admirable que se había hecho a sí mismo y gracias a su propio esfuerzo había logrado triunfar en la vida.
Fermín Peláez no entendía nada. Lo primero que pensó fue que aquello tenía que ser una confusión, porque él era una persona muy corriente. Nunca había destacado por ninguna faceta ni, por supuesto, había alcanzado triunfo alguno.
Hacía diez años que trabajaba en la misma empresa y, aunque era un empleado responsable y trabajador, siempre había desempeñado labores sencillas de tipo administrativo.
Estuvo a punto de llamar al número de teléfono que le indicaban en la invitación para decirles que se habían equivocado de persona, pero cuando vio la cifra que le ofrecían por asistir al programa y concederles una entrevista, cambió de opinión.
Esa cantidad económica superaba ampliamente el sueldo mensual de Fermín Peláez.
Pensó que era una ocasión única para conseguir unos ingresos extra sin esfuerzo.
Era evidente que le habían confundido con otra persona, pero él se podía aprovechar de ello. Decidió suplantar a ese individuo. Lo único que tendría que hacer sería contestar con naturalidad a las preguntas que le formularan y fingir que era una persona muy luchadora que había ido ascendiendo en la vida gracias a su propio esfuerzo.
De repente, tuvo miedo. Pensó que podía ser descubierto. Sopesó esta posibilidad y llegó a la conclusión de que lo más sensato era llamar por teléfono para advertir la equivocación. Pero la cantidad económica era muy tentadora y a él, precisamente, no le sobraba el dinero.
Meditó con más calma la situación. Fermín se imaginó que la persona encargada de enviar las invitaciones manejaba una base de datos donde figuraban su nombre y el del auténtico invitado al programa, cuyo nombre de pila y primer apellido coincidían con el suyo. Por ese motivo Fermín Peláez pensó que le habían enviado equivocadamente la invitación a él.
El hecho de que el programa fuera en directo le beneficiaba porque, aunque los responsables se dieran cuenta de que él no era el invitado, no iban a poder suspender la entrevista, ya que no tendrían tiempo de llamar a otra persona.
Después siempre podría alegar ignorancia y decirles que él no pensaba que se tratase de una equivocación y que realmente había creído que estaban interesados en entrevistarle.
Fermín Peláez se decidió, por fin, a llamar por teléfono y confirmó su asistencia al programa.


Era la primera vez que entraba en un estudio de televisión. Una señorita muy amable le pidió que se identificara, anotó sus datos personales y le condujo a la sala de maquillaje.
Cuando quiso darse cuenta, estaba en un plató sentado frente a la presentadora del programa.
-Buenas noches, señoras y señores espectadores -comenzó diciendo la presentadora-. Hoy tengo el inmenso placer de presentarles a una persona ejemplar. Un hombre luchador que ha logrado salir de la miseria y alcanzar la cima gracias a su propio esfuerzo. Con todos ustedes ... Fermín Peláez.
El público asistente al programa le dedicó una sonora ovación.
Fermín se quedó impresionado. Comenzó a sudar y, al pasarse el pañuelo por la frente, se le corrió el maquillaje.
-Hola ... buenas noches -balbuceó Fermín saludando torpemente con su mano derecha.
-Nuestro invitado está un poco nervioso y es lógico, porque es la primera vez que le hacen una entrevista. Relájese Fermín. Estoy segura de que los espectadores están muy interesados en saber cómo fueron sus duros comienzos en la mina.
En esos instantes, un sudor frío le paralizó el cuerpo. Él no creía que iba a resultar tan difícil representar aquel personaje. Pensó en levantarse e irse de aquel lugar, pero con esa actitud sólo conseguiría empeorar la situación.
-Pues ... fue muy duro y se pasaban muchas fatigas ... y era un trabajo muy sucio ... -dijo después de una larga pausa.
-Como pueden apreciar, señoras y señores, Fermín Peláez además de ser un hombre admirable es una persona muy modesta.
Han de saber ustedes que este hombre arriesgó su vida para rescatar a un compañero que había quedado atrapado en una galería y, en otra ocasión, le dio su nómina a otro compañero, que había perdido su empleo en la mina, para que pudiera comprar medicinas a su hijita ... Cuéntenoslo Fermín.
-Pues sí ... realmente ... así fue -contestó el señor Peláez con un hilo de voz.
El auditorio volvió a aplaudir con gran intensidad.
Fermín no sabía qué hacer. No paraba de tocarse el nudo de la corbata y de mover los pies.
-Realmente, ... estoy conmovida por la calidad humana de este hombre -dijo la presentadora enjugándose las lágrimas que le corrían por las mejillas-. Además de su faceta humana, que ha quedado patente esta noche, queremos resaltar sus cualidades como filósofo de la vida, con esa sabiduría popular que tienen las personas sencillas como él. Van a poder comprobarlo.
Fermín, ¿qué significa para usted la palabra amor?
-Pues ... es algo muy bonito que la gente se quiera, ¿no?
-¿Y qué opina del poder?
-Pues ... ya se sabe, como dice el refrán: "Donde hay patrón no manda marinero".
-¿Y ... la libertad?
-Pues ... yo la comparo con una gran tarta de chocolate. Tienes que ir tomándola poco a poco, porque si te la comes de una vez ... te empachas.
-¡Brillante, Fermín! ... Yo creo que se merece un fuerte aplauso, ¿no? -exclamó la locutora alzando los brazos.
Los espectadores del estudio se pusieron en pie. No dejaban de aplaudir al tiempo que coreaban sin parar el nombre del invitado.
La cámara enfocó a la presentadora fundiéndose en un abrazo con Fermín. Después, una exuberante azafata entregó al señor Peláez un enorme ramo de flores.
Aquella noche, Fermín Peláez no pudo conciliar el sueño. Estaba avergonzado. Tenía la sensación de haber hecho un ridículo espantoso.
Lo que más le extrañó fue que nadie le hubiera hecho ningún reproche. Todo lo contrario, la presentadora y el resto de responsables del programa le habían felicitado efusivamente. Los espectadores estuvieron aplaudiéndole durante mucho tiempo. El Director del programa le entregó un cheque con la cantidad económica prometida sin ponerle pegas y todos se habían creído que él era el auténtico invitado.



A la mañana siguiente, no paró de sonar el teléfono en casa del señor Peláez.
Las principales cadenas de radio y televisión querían entrevistarle. Le ofrecían cantidades económicas muy importantes y le felicitaban por su intervención en el programa la noche anterior.
El aluvión de llamadas fue impresionante. Fermín estaba tan abrumado y confuso que tuvo que descolgar el teléfono. Todos coincidían en decirle que iba a ser el nuevo fenómeno social.
Tenía un fuerte dolor de cabeza y tuvo que tomarse un tranquilizante para evitar una crisis nerviosa.
Decidió telefonear a la oficina para comunicarles que no iba a ir a trabajar porque estaba indispuesto. Se quedó muy sorprendido cuando la telefonista le dijo que el Director quería hablar con él.
-Buenos días, Peláez.
-Buenos días, señor Director.
-Quería felicitarle personalmente por su éxito de ayer. Aquí no se habla de otra cosa esta mañana. Su imagen aparece en la portada de los principales periódicos. Me ha dicho la telefonista que no se encuentra usted muy bien.
-Pues sí, señor Director, me duele mucho la cabeza y ...
-No se preocupe, Peláez, tómese el tiempo que necesite para reponerse. Le quería transmitir, en nombre de todos, que estamos muy orgullosos de usted.
Siempre es un honor tener un hombre de su valía en nuestra empresa. Ya hablaremos de una revisión de su contrato cuando se reincorpore.
-Gracias, señor Director.
Cuando colgó el teléfono, tuvo que tumbarse en el sofá para no sufrir un desmayo.
Por otra parte, comenzaba a experimentar una intensa sensación de bienestar.
Por fin era reconocido por el Director de la empresa.
Tantos años siendo un empleado trabajador y eficiente sin que valorasen su esfuerzo y ahora, de la forma más insospechada, el Director le tenía en consideración e iba a concederle el ansiado aumento de sueldo.
Fermín Peláez se levantó del sofá con renovadas energías y se quedó un buen rato frente al espejo del cuarto de baño.
Al ver reflejada su imagen, tuvo la sensación de ser una persona diferente; con mayor confianza y seguridad en sí mismo.
Pensó que quizás tuviera unas cualidades ocultas que él desconocía y los demás habían apreciado.
Fuera le esperaba el éxito. Las principales cadenas de radio y televisión querían entrevistarle.
Una oportunidad como la que se le presentaba sólo sucedía una vez en la vida y él tenía que aprovecharla.
Decidió llamar por teléfono al programa de televisión de mayor audiencia para concederles la entrevista que le habían solicitado.

Al día siguiente, se presentó puntual a su cita en los estudios. El personal se deshizo en atenciones con él. Le pidieron que tuviera la amabilidad de esperar en la sala de invitados hasta que lo llamaran para maquillarle.

Fermín se acomodó en un confortable sofá situado junto a la puerta.

De pronto, tuvo la sensación de que estaban hablando de él en el pasillo. Se puso de pie y se arrimó a la puerta, que había quedado entreabierta, para cerciorarse. En efecto, dos individuos hacían comentarios sobre él.

-Es increíble la popularidad que ha alcanzado en un sólo día el tipo ese, ... Fermín Peláez.

-Pues creo que hoy lo entrevistan en nuestro programa.

-Parece mentira, lo llevan una noche a la televisión, contesta cuatro chorradas y se hace famoso.

-Pero, ¿no te has enterado?

-¿De qué?

-De que todo es un montaje. Él no lo sabe ni el público, por supuesto, tampoco. Los principales medios de comunicación se han puesto de acuerdo para hacer de ese tipo una persona famosa.

-Y, ¿qué interés pueden tener?

-Es un experimento de marketing. Quieren comprobar su influencia sobre el gran público.

-Pero, ¿por qué han escogido a una persona tan vulgar?

-Ahí está el mérito, en conseguir que un individuo como él se haga famoso. Han hecho el seguimiento de las vidas de veinte ciudadanos anónimos. De entre todos ellos han escogido al tal Fermín Peláez por ser el más simple y el que lleva una vida más monótona.

-Pues, ya me gustaría a mí ser tan simple como él y ganar el dinero que le van a pagar por conceder entrevistas.

-¡Anda! y a mí.

Mientras le maquillaban, Fermín Peláez sonreía frente al espejo. Sus ojos desprendían un brillo muy intenso y las manos le habían dejado de sudar.

viernes, 24 de octubre de 2008

DUERMEVELA




Recibió el encargo de su editor a media tarde. Tenía que entregar en un par de días un relato inédito que sería incluido en una antología de cuentos de escritores españoles.
Tomás Fuentes, escritor de renombre, odiaba este tipo de colaboraciones. Pensaba que las comparaciones con los demás escritores que participaban en la antología serían inevitables y eso, a él que ya no necesitaba hacerse un hueco en el panorama literario, le podía perjudicar.
La noche anterior había dormido poco y estaba francamente cansado. Como sabía que no podía negarse a cumplir el encargo de su editor, decidió quitárselo de en medio cuanto antes.
De repente, cayó en la cuenta de que en los últimos cinco años no había escrito un solo cuento, pues su actividad literaria estaba centrada en la novela. Por supuesto, todos sus cuentos ya habían sido publicados por la editorial. De modo que no tuvo más remedio que ponerse a pensar en un argumento para su relato.
El sueño le invadía por momentos y dificultaba su concentración. Decidió escribir un cuento típico sobre el tema de los malos tratos, muy de moda por entonces, con un final efectista que, sin duda, sería bien recibido por los lectores.
Cogió su cuaderno de notas y se puso a redactar el argumento:
" Al cabo de varios años, un maltratador, despechado por haber sido abandonado por su mujer, decide vengarse de ella y su actual pareja ..."
Un profundo sopor hizo que el bolígrafo resbalara de sus dedos y su cabeza quedara apoyada sobre la mesa. De repente, todo era nebuloso y el tiempo quedó suspendido como una tela de araña en el espacio.
Aunque tenía conciencia de seguir despierto, porque continuaba escuchando de fondo los persistentes martillazos del vecino de al lado, en su mente se inició otra historia con los mismos personajes, pero con los papeles cambiados: ahora la mujer era la maltratadora y estaba subida en una carroza tirada por siete leones dorados, y planeaba junto con su amante, vestido de gladiador, asesinar al marido maltratado.
Levantó lentamente la cabeza del escritorio y volvió a coger el bolígrafo. Después de frotarse los ojos durante unos instantes, retomó el argumento del relato:
"...Planea concienzudamente el momento en que les atacará por sorpresa en la calle. Para ello, ..."
Una nueva cabezada le hizo perder el hilo del argumento de su historia. De pronto, la mujer encolerizada daba frenéticos latigazos a los leones dorados, mientras el amante, blandiendo en el aire su espada, reía a carcajadas y no paraba de gritar: "es inútil que te escondas, cobarde, tarde o temprano te encontraremos".
Se incorporó sobresaltado. Decidió ir al servicio para lavarse la cara y despejarse. Quería terminar el relato cuanto antes para poder dormir. Sabía que no iba a ser un buen cuento, pero eso era lo de menos, lo importante era salir del paso.
Ya despejado, continuó con el argumento:
"... estudia sus costumbres y los momentos del día en que ambos coinciden fuera del domicilio. Tras varios días espiando las entradas y salidas de la casa, observa que coinciden en la calle sobre las diez de la noche. Decide que esa será la mejor hora para sorprenderlos. Piensa que todo tiene que ser muy rápido. Una pistola es el arma más efectiva para ..."
Alguien llama a la puerta. Se levanta de mala gana.
-¿Quién es?
-Soy el conserje, señor Fuentes.
Se encamina hacia la puerta de mal humor. "Son demasiadas interrupciones -piensa-. A este paso no voy a terminar jamás el cuento".
-¿Qué haces tú aquí? -le pregunta sorprendido y con cara de pánico a su mujer- ¿Quién te ha dado mi dirección?
-Te dije que te encontraría -dice su mujer dándole un brusco empujón hacia el interior de la casa.
-No tienes vergüenza, encima te presentas aquí con éste. Escúchame bien, se acabó, no pienso darte nada más. ¿Qué vais a hacer? ... no, no ... socorro ... ¡aaah!

Alertados por los gritos desesperados del señor Fuentes, los vecinos salieron de sus casas. La puerta estaba entreabierta y Tomás se retorcía por el suelo de dolor. Un vecino corrió con una manta para socorrerlo, pero fue demasiado tarde.




INTERROGATORIO


-¿Qué relación tenía usted con la víctima, Don Mario Martín Cascales?
-Era mi jefe.
-¿De qué va disfrazado usted?
-De Don Mario.
-¿Por qué eligió ese disfraz?
-Había que elegir uno de entre todos los empleados de la empresa. Él puso las reglas.
-¿A quién se refiere?
-A Don Mario, por supuesto.
-¿Por qué llevaba usted ese capuchón negro?
-Todos los asistentes a la fiesta lo teníamos que llevar, formaba parte del juego.
-¿Había más empleados disfrazados de Don Mario?
-Sí, la mayoría elegimos ese disfraz.
-¿En qué consistía el disfraz? ¿Cómo se podía saber que iban disfrazados de Don Mario? Usted lleva un traje aparentemente normal.
-Bueno, no es tan normal. Si se fija, es un traje ridículo. Pero el atuendo era lo de menos. Lo que realmente caracterizaba a Don Mario eran sus gestos, su forma de andar; con esos pasitos cortos y atropellados. Y, sobre todo, esa risita estridente de autosuficiencia.
-¿Por qué cree que Don Mario iba vestido con un uniforme?
-Porque se disfrazó de Elías, el conserje.
-¿Y el conserje ... de quién se disfrazó?
-El personal de servicio no puede asistir a las fiestas.
-¿Supo antes de su presunto homicidio que Don Mario iba disfrazado de conserje?
-Sí, era evidente.
-¿Por qué?
-Por la forma de andar y porque Don Mario no se disfrazaría de él mismo.
-Ya ... ¿Mató usted a su jefe?
-No, por supuesto que no.
-¿Tiene sospechas de quién pudo hacerlo?
-No, pero pudo ser cualquiera. Cuando se produjo el apagón, se oyeron varios gritos agudos y estridentes, como de un animal que está siendo sacrificado. Al rato, se encendieron las luces y Don Mario apareció tirado en el suelo, en medio de un enorme charco de sangre.