martes, 10 de septiembre de 2013

AISLADOS

 





Todo comenzó como una broma o quizás una apuesta de uno de ellos (aún se desconoce el origen real).
Aprovechando una de las reuniones que mantenían cada cierto tiempo, esta persona propuso al resto llevar a la práctica su ocurrencia. En un principio lo tomaron en broma y ni siquiera le prestaron atención, pero después, ante su insistencia, decidieron escucharle. Aunque la idea era disparatada, los argumentos del orador tenían bastante coherencia. Cuando terminó su discurso, se sometió la propuesta a votación entre los presentes y, sorprendentemente, fue aprobada por mayoría. Las instrucciones eran claras y precisas: durante los tres meses que iba a durar la experiencia, pasara lo que pasase, no sería interrumpida bajo ningún concepto. Tampoco habría seguimiento por parte de los medios de comunicación, para que nada ni nadie les distrajese y pudiesen llevar a buen puerto este pionero experimento. Sólo cuando finalizase el período acordado, se podrían retransmitir las primeras imágenes.
Antes de despedirse de sus familiares y amigos en el aeropuerto para iniciar su aventura, los miembros del grupo se hicieron la foto oficial muy sonrientes. Entonces nadie tenía la menor sospecha de lo que iba a ocurrir. Se imaginaban que iban a vivir una experiencia plácida y enriquecedora, que serviría de ejemplo para el resto de la humanidad.
Los primeros días en la isla fueron tranquilos. El grupo se adaptó lo mejor que pudo al medio, parecía reinar la cordialidad y había un buen ambiente de cooperación entre ellos. Con las primeras lluvias llegaron los problemas y la situación dio un vuelco  importante. Debido a la ausencia de materiales y a que ninguno de ellos sabía construir una cabaña, ni tan siquiera un techado, se refugiaban del agua a duras penas y permanecían empapados durante la mayor parte del día y la noche. Ante esta adversidad, quisieron buscar una solución, pero no había manera de ponerse de acuerdo: aquello era un auténtico desmadre; se quitaban la palabra unos a otros y todos pretendían que su opinión prevaleciera sobre la del resto. Entonces se formaron grupos independientes y con ellos llegaron también los saqueos. Primero al almacén de víveres, que contenía todos los alimentos necesarios para los tres meses de supervivencia. Eran grupos minoritarios, de tres personas como máximo, que aprovechaban el descuido del resto o las horas nocturnas para entrar en el almacén y llevarse todo lo que podían. En menos de un mes, el depósito de alimentos quedó vacío. Los siguientes saqueos se produjeron en el huerto. En pocos días quedó devastado. Por último, algunos pretendieron apropiarse de los animales que les habían proporcionado, pero como nadie se había ocupado de su alimentación y cuidado, la mayoría llevaban varios días muertos y el olor a putrefacción se hacía insoportable.
Así fue como en menos de dos meses arrasaron, como si de una plaga de langosta se tratase, con todos los recursos y víveres que les habían facilitado para poder subsistir. Se convirtieron en verdaderas alimañas. Ya no había grupos independientes; la isla era un erial de supervivencia donde cada uno se buscaba el sustento diario como podía. Las escenas de violencia eran constantes; algunos perdieron la vida en peleas con otros miembros del grupo, otros murieron de inanición. Sólo unos pocos, los más fuertes físicamente, lograron adaptarse precariamente al medio y se mantuvieron con vida.
Fueron unos indígenas, que provenían de algún lugar remoto, los que llegaron a la isla y se percataron de que había supervivientes. Estos se acercaron temerosos a los recién llegados desde varios rincones dispersos. Sólo quedaban cinco personas del grupo inicial. Hicieron ademán de pelearse entre ellos, pero los indígenas pusieron paz y les proporcionaron auxilio y alimentos. En días sucesivos, les
enseñaron a hacer fuego por fricción, a pescar, a construir cabañas y a aprovechar adecuadamente los recursos naturales del terreno.
Cuando se cumplió el plazo de tres meses que habían acordado los veinte máximos mandatarios de los países más ricos y desarrollados del mundo, el panorama que encontraron en aquel lugar los grupos de salvamento y los medios de comunicación era desolador. Había cadáveres dispersos en avanzado estado de descomposición. En aquella isla desierta no quedaba rastro alguno de vida. El mundo entero pudo ver aquellas patéticas imágenes. Todos pudieron comprobar cómo los dirigentes del llamado G-20 habían sido incapaces de organizarse para sobrevivir durante tres meses en una isla desierta, teniendo alimentos y recursos suficientes para ello.

En algún lugar perdido de alguna isla desconocida permanecen ocultos los cinco supervivientes de aquella experiencia fallida que un día horrorizó al mundo. Viven modestamente de los recursos que logran obtener de la naturaleza, como cinco miembros más de la tribu de aborígenes que les salvó la vida en aquella isla desierta.

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