martes, 4 de noviembre de 2008

AL AMANECER


Cuando era una niña quería ser como ellos. Se quedaba ensimismada observando en silencio sus movimientos ágiles y dinámicos. Más de una vez se produjo un cardenal o un chichón intentando imitarlos.
Cuando se hizo adulta, su interés por ellos fue incrementándose hasta convertirse en una obsesión.
Le gustaba mantenerlos en el regazo y acariciar su lomo al sol mientras cerraban los ojos de placer.
Siempre había pensado que desafiaban las leyes de la gravedad.
Los negros le parecían crías de pantera; se encaramaban en las superficies más escabrosas y, por unos instantes, flotaban en el aire con impulsos voladores. Sus ojos, refugiados en la penumbra, brillaban como ascuas de esmeralda.
Quienes la conocían, aseguran que todos acudían hipnotizados a su llamada como si tuviera poderes ocultos de atracción. Se agachaba, les dedicaba frases cariñosas y los acariciaba. Ellos respondían a sus caricias lamiéndole la mano e intercambiando miradas de complicidad.
Era una mujer alegre y extrovertida, de cuello largo y delicado. Su mirada era sincera y bondadosa y caminaba con movimientos sensuales y acompasados.

Al amanecer, se encaramó en la ventana de su buhardilla y se alejó merodeando por los tejados.
Todos la echan de menos, pero se consuelan pensando que estará feliz, reunida con ellos en algún lugar insospechado.

Para Ana, la gata que se reencarnó en mujer.

1 comentario:

es dijo...

Magnífico relato, Javi!

Me ha encantado!

Besos