miércoles, 11 de septiembre de 2013

SOMBRAS EN LA NOCHE




Lo que le sucedió aquella mañana dejó a Víctor Briones estupefacto. La tarde anterior había estado escribiendo un relato y lo interrumpió a las dos de la madrugada, cuando le venció el sueño. Su sorpresa fue mayúscula cuando al retomarlo al día siguiente, se dio cuenta de que la situación que dejó planteada había cambiado radicalmente. Después de releerlo varias veces con incredulidad, tomó conciencia de lo que había ocurrido. Pero, ¿cómo era posible? ¿Quién había escrito este nuevo relato en lugar del suyo?

Víctor Briones, escritor de renombre, recordaba con toda nitidez el argumento que escribió el día anterior. En su historia original, Vanesa y Alfonso se habían conocido en una discoteca, y a la semana de comenzar a salir, ella se había ido a vivir a la casa de él. La mujer era una inmigrante dominicana y tenía un permiso de residencia temporal en España, que le caducaría en veinte días. Se daba la circunstacia de que Emilio, el padre de Alfonso, tenía contactos importantes en el Ministerio del Interior. La intención de Alfonso era que su padre se valiera de esas recomendaciones para conseguir un permiso de residencia permanente para Vanesa. Lo que el hombre ignoraba era que ella, a su vez, tenía otra pareja, Edgar, un inmigrante ilegal, también dominicano.

      
El argumento que leyó Briones al día siguiente nada tenía que ver con el que había dejado escrito el día anterior. En su lugar, aparecía una nueva historia en la que también había cuatro personajes. Los nombres de los más jóvenes eran los mismos que los del relato original, es decir, Vanesa, Alfonso y Edgar, pero a diferencia del texto anterior, aquí los tres eran amigos y sus papeles en la nueva trama eran muy diferentes. Alfonso era hijo de un millonario, cuyo nombre no se mencionaba, pero a quien los tres llamaban "el intruso" cuando se referían a él. El padre de Alfonso era un hombre muy estricto que no aprobaba la forma de vida de su hijo. Éste era un solterón empedernido, que intentaba vivir de las rentas sin dar un palo al agua. Harto del irresponsable comportamiento de su hijo, el millonario había decidido cortarle el grifo y le instaba para que se buscase un trabajo. Como Alfonso no estaba dispuesto a complacer las peticiones de su padre, recurrió a sus amigotes de juergas, Vanesa y Edgar, para que le ayudaran a tramar una venganza contra "el intruso".

A pesar de que esta historia desconocida, que él no era consciente de haber escrito, le inquietaba, Briones decidió atribuir su aparición a alguna mala pasada del subconsciente y al cansacio que tenía la noche anterior. "Sin duda escribí esto en un estado de duermevela -se dijo para tranquilizar su conciencia-, por eso se ha producido esta confusión".

Sin más dilación, se dispuso a reescribir el relato original y decidió olvidar definitivamente aquel misterioso texto. Como tenía todo el esquema de la historia en su cabeza, no le resultó difícil volver a escribirla y partir desde el punto donde la interrumpió de madrugada.

Alfonso se enamora locamente de Vanesa y habla con su padre para que le consiga lo antes posible el permiso de residencia permanente para su pareja. Por nada del mundo quiere que la deporten a su país. El padre se muestra remiso, el asunto no le inspira confianza y le dice a su hijo que tenga cuidado porque Vanesa puede estar aprovechándose de él para conseguir los papeles. Alfonso se molesta por el comentario de Emilio. Está ciego y no quiere escuchar las advertencias de su padre.

       
Briones hizo una pausa para cenar. Estaba descansado y las palabras le fluían sin dificultad. Decidió terminar el relato esa misma noche, pues no quería volver a encontrarse con más sorpresas desagradables.

Emilio logra agilizar los trámites y en una semana sus contactos le consiguen el permiso de residencia permanente que había solicitado. A partir de este momento ocurre lo inevitable; Vanesa abandona a Alfonso y se reúne con Edgar, que estaba escondido en casa de unos compatriotas esperando a que ella obtuviera el ansiado permiso de residencia definitivo para instalarse en España. La traición está consumada. La historia termina con el trágico final de Alfonso, quien no pudiendo soportar el abandono de Vanesa, pone fin a su vida.

Briones volvió a leer todo el relato. Estaba satisfecho con la tensión dramática que había logrado. Una sensación de bienestar le recorrió el cuerpo, y con la tranquilidad de haber cumplido con su objetivo, se fue a dormir.

Al día siguiente el escritor se levantó de buen humor después de un plácido e intenso sueño. Miró con desconfianza hacia su mesa de trabajo. Todo estaba tal como lo dejó la noche anterior. Después de un abundante desayuno, se dispuso a leer su relato. ¡No se lo podía creer! Como por arte de magia, su historia se había vuelto a transformar. ¿Se estaría volviendo loco? ¿Acaso no era dueño de sus actos?

De nuevo, en lugar de su relato finalizado, se encontró con aquel texto desconocido que había leído el día anterior. Con los ojos a punto de salirse de sus órbitas, siguió leyendo la continuación.

La ambición de Alfonso no tenía límites y estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Pensó, junto con Edgar y Vanesa, en un plan para vengarse del "intruso", que consideraron infalible. Necesitaba a sus dos amigos para llevarlo a cabo, y prometió darles una cuantiosa cantidad económica por ayudarle.

Por primera vez se mencionaba el nombre del padre de Alfonso en el relato. Fue Edgar quien se refirió al "intruso", llamándole "el pobre Víctor". A continuación, Vanesa dijo la siguiente frase: "Todo está preparado para que Alfonso se apodere de la herencia de los Briones".


En este punto de la historia el escritor Víctor Briones dejó de leer. Le faltaba la respiración, su cuerpo estaba paralizado y un sudor frío le recorría la frente. De pronto, comenzó a oír pasos en el interior de su vivienda. Entonces miró hacia el pasillo y vio unas sombras en la penumbra que se acercaban y...

 

He intentado retomar este relato en muchas ocasiones, pero a día de hoy todavía no lo he podido conseguir.

Al igual que le ocurre al protagonista de mi historia, el escritor Víctor Briones, cada vez que intento continuarlo, incluso cuando lo finalizo, el relato se transforma en otro diferente. Sucede al día siguiente, cuando lo vuelvo a leer.

He oído hablar muchas veces de la magia de la literatura. Hasta ahora, la única experiencia que había tenido era la que me proporcionaban los personajes de mis cuentos, que parecían rebelarse a seguir el camino que les había trazado previamente, descubriendo otras sendas que yo ni siquiera había podido imaginar. Pero he de reconocer que lo que me ha sucedido con este relato me supera.

Esta noche los he vuelto a oír. Están ahí, al acecho. Como sombras sigilosas recorren la casa esperando su momento. Inevitablemente, mañana, mientras duerma, volverán a apoderarse de mis relatos. 






 

martes, 10 de septiembre de 2013

AISLADOS

 





Todo comenzó como una broma o quizás una apuesta de uno de ellos (aún se desconoce el origen real).
Aprovechando una de las reuniones que mantenían cada cierto tiempo, esta persona propuso al resto llevar a la práctica su ocurrencia. En un principio lo tomaron en broma y ni siquiera le prestaron atención, pero después, ante su insistencia, decidieron escucharle. Aunque la idea era disparatada, los argumentos del orador tenían bastante coherencia. Cuando terminó su discurso, se sometió la propuesta a votación entre los presentes y, sorprendentemente, fue aprobada por mayoría. Las instrucciones eran claras y precisas: durante los tres meses que iba a durar la experiencia, pasara lo que pasase, no sería interrumpida bajo ningún concepto. Tampoco habría seguimiento por parte de los medios de comunicación, para que nada ni nadie les distrajese y pudiesen llevar a buen puerto este pionero experimento. Sólo cuando finalizase el período acordado, se podrían retransmitir las primeras imágenes.
Antes de despedirse de sus familiares y amigos en el aeropuerto para iniciar su aventura, los miembros del grupo se hicieron la foto oficial muy sonrientes. Entonces nadie tenía la menor sospecha de lo que iba a ocurrir. Se imaginaban que iban a vivir una experiencia plácida y enriquecedora, que serviría de ejemplo para el resto de la humanidad.
Los primeros días en la isla fueron tranquilos. El grupo se adaptó lo mejor que pudo al medio, parecía reinar la cordialidad y había un buen ambiente de cooperación entre ellos. Con las primeras lluvias llegaron los problemas y la situación dio un vuelco  importante. Debido a la ausencia de materiales y a que ninguno de ellos sabía construir una cabaña, ni tan siquiera un techado, se refugiaban del agua a duras penas y permanecían empapados durante la mayor parte del día y la noche. Ante esta adversidad, quisieron buscar una solución, pero no había manera de ponerse de acuerdo: aquello era un auténtico desmadre; se quitaban la palabra unos a otros y todos pretendían que su opinión prevaleciera sobre la del resto. Entonces se formaron grupos independientes y con ellos llegaron también los saqueos. Primero al almacén de víveres, que contenía todos los alimentos necesarios para los tres meses de supervivencia. Eran grupos minoritarios, de tres personas como máximo, que aprovechaban el descuido del resto o las horas nocturnas para entrar en el almacén y llevarse todo lo que podían. En menos de un mes, el depósito de alimentos quedó vacío. Los siguientes saqueos se produjeron en el huerto. En pocos días quedó devastado. Por último, algunos pretendieron apropiarse de los animales que les habían proporcionado, pero como nadie se había ocupado de su alimentación y cuidado, la mayoría llevaban varios días muertos y el olor a putrefacción se hacía insoportable.
Así fue como en menos de dos meses arrasaron, como si de una plaga de langosta se tratase, con todos los recursos y víveres que les habían facilitado para poder subsistir. Se convirtieron en verdaderas alimañas. Ya no había grupos independientes; la isla era un erial de supervivencia donde cada uno se buscaba el sustento diario como podía. Las escenas de violencia eran constantes; algunos perdieron la vida en peleas con otros miembros del grupo, otros murieron de inanición. Sólo unos pocos, los más fuertes físicamente, lograron adaptarse precariamente al medio y se mantuvieron con vida.
Fueron unos indígenas, que provenían de algún lugar remoto, los que llegaron a la isla y se percataron de que había supervivientes. Estos se acercaron temerosos a los recién llegados desde varios rincones dispersos. Sólo quedaban cinco personas del grupo inicial. Hicieron ademán de pelearse entre ellos, pero los indígenas pusieron paz y les proporcionaron auxilio y alimentos. En días sucesivos, les
enseñaron a hacer fuego por fricción, a pescar, a construir cabañas y a aprovechar adecuadamente los recursos naturales del terreno.
Cuando se cumplió el plazo de tres meses que habían acordado los veinte máximos mandatarios de los países más ricos y desarrollados del mundo, el panorama que encontraron en aquel lugar los grupos de salvamento y los medios de comunicación era desolador. Había cadáveres dispersos en avanzado estado de descomposición. En aquella isla desierta no quedaba rastro alguno de vida. El mundo entero pudo ver aquellas patéticas imágenes. Todos pudieron comprobar cómo los dirigentes del llamado G-20 habían sido incapaces de organizarse para sobrevivir durante tres meses en una isla desierta, teniendo alimentos y recursos suficientes para ello.

En algún lugar perdido de alguna isla desconocida permanecen ocultos los cinco supervivientes de aquella experiencia fallida que un día horrorizó al mundo. Viven modestamente de los recursos que logran obtener de la naturaleza, como cinco miembros más de la tribu de aborígenes que les salvó la vida en aquella isla desierta.