viernes, 14 de noviembre de 2008

EL REGRESO


Después de dos años de permanecer en estado de coma profundo, Antonio Almeida había vuelto a la vida. Fue un regreso como de un sueño muy pesado e intenso. Parecido a esas pesadillas prolongadas que uno tarda mucho tiempo en abandonar.
Antonio fue recobrando el conocimiento lentamente, tan despacio que todo parecía seguir igual.
Sus familiares y amigos ya se habían acostumbrado a verlo siempre en la misma posición, con el mismo aspecto macilento e idéntico gesto; hierático como una estatua de sal.
De modo que cuando el señor Almeida tuvo conciencia de su persona, nadie pareció darse cuenta de ello. En esos momentos se hallaba en la habitación del hospital Sandra, su mujer, leyendo el periódico junto a su cama. Antonio adivinó entre sombras su presencia, respiró la agradable fragancia de su perfume. Quiso llamarla, pero sus palabras se ahogaron en su boca. Quiso tocarla, pero sus manos no le respondieron, permanecían agarrotadas como si estuvieran sepultadas bajo un enorme bloque de cemento. Lo mismo le sucedió con las piernas; inertes, pesadas y herméticas como grilletes.
Estaba vivo, sí, era consciente de ello. Respiraba y palpitaba como un animal asustado que quiere escapar de su jaula.
Al cabo de un rato, notó la presencia de otras personas en la habitación, quizás familiares y amigos que venían a visitarle. Un tumulto de sombras invadía su espacio y las respiraciones calientes sobre su cara le humedecían el rostro.
A pesar de lo cerca que estaban esas sombras de él, escuchaba sus palabras lejanas, como si vinieran de la profundidad de un sueño.
Palabras entrecortadas, como cuando se busca una emisora en el dial de un aparato de radio: "Antonio ... mejor ... ya ... ¡seguro! ... recuperar ... vuelva ... una gran fiesta ..."
Y por fin llegó el día esperado. Dicen que todo llega, que sólo hay que tener paciencia para esperar a que las cosas sucedan, que el que aguanta, gana. Y sin duda Antonio había aguantado dos terribles años de larga espera ...
Allí estaba él, sonriente, en el centro del salón; saludando a los invitados que habían organizado en su honor una gran fiesta. Todos le abrazaban y se alegraban de su milagrosa recuperación después de aquel terrible accidente.
Todo era especial. La luz más intensa de lo normal. Los invitados exageradamente sonrientes, parecían meros comparsas de una película de bajo presupuesto. Los trajes demasiado limpios, inmaculados. Ese calor tan sofocante ... ¿Habrían subido mucho la temperatura de la calefacción?, ... costaba respirar. ¡Qué extraño!, ... ¿en un salón tan amplio?
Alguien se acercó a Antonio luciendo una sonrisa de oreja a oreja exagerada, como todo en aquel lugar.
-Bienvenido al mundo de los vivos, Antonio.
¡Pero qué frase era aquélla! Sin duda esa persona carecía de tacto. Tenía muy mala intención con esas palabras tan torpes, tan fuera de lugar.
De repente la luz se apaga, todo queda a oscuras.
"Se han ido ... estoy solo ... ¡Dios mío! ... ¡Socorro! ... ¡Que alguien me ayude! ... ¡No, no, no, noooo! ... "


De madrugada, un guarda del cementerio oyó gritos provenientes de una tumba y avisó a la policía. Cuando abrieron el féretro, encontraron al señor Almeida con los ojos petrificados de espanto. La sangre aún estaba caliente y corría a borbotones por sus manos desgarradas.

martes, 4 de noviembre de 2008

AL AMANECER


Cuando era una niña quería ser como ellos. Se quedaba ensimismada observando en silencio sus movimientos ágiles y dinámicos. Más de una vez se produjo un cardenal o un chichón intentando imitarlos.
Cuando se hizo adulta, su interés por ellos fue incrementándose hasta convertirse en una obsesión.
Le gustaba mantenerlos en el regazo y acariciar su lomo al sol mientras cerraban los ojos de placer.
Siempre había pensado que desafiaban las leyes de la gravedad.
Los negros le parecían crías de pantera; se encaramaban en las superficies más escabrosas y, por unos instantes, flotaban en el aire con impulsos voladores. Sus ojos, refugiados en la penumbra, brillaban como ascuas de esmeralda.
Quienes la conocían, aseguran que todos acudían hipnotizados a su llamada como si tuviera poderes ocultos de atracción. Se agachaba, les dedicaba frases cariñosas y los acariciaba. Ellos respondían a sus caricias lamiéndole la mano e intercambiando miradas de complicidad.
Era una mujer alegre y extrovertida, de cuello largo y delicado. Su mirada era sincera y bondadosa y caminaba con movimientos sensuales y acompasados.

Al amanecer, se encaramó en la ventana de su buhardilla y se alejó merodeando por los tejados.
Todos la echan de menos, pero se consuelan pensando que estará feliz, reunida con ellos en algún lugar insospechado.

Para Ana, la gata que se reencarnó en mujer.